El buen señor no había advertido que la poesía no brota necesariamente de la experiencia, sino también del sueño y del deseo, y que su origen, de acuerdo con Rimbaud, se encuentra en la fusión del ver y del creer.
Pero si los críticos más avisados de su tiempo no estaban capacitados para entender que lo que la poesía narra muchas veces no lo vemos con nuestros ojos, sino con nuestro espíritu, imaginemos el impacto que los versos apasionados y sensuales de esta joven rubia y delgada, casi etérea, que había nacido en 1887 en el seno de una familia de la alta burguesía del país, causarían en la sociedad uruguaya de principios del siglo XX que se preguntaba asombrada cómo aquella niña podía crear esos poemas ardientes cargados de erotismo, donde el amor se transfiguraba en rito y el lenguaje en ritmo y metáfora para dejarnos ver el alma de una mujer sensual que, en el contexto de una sociedad patriarcal, como la latinoamericana, se atrevía a escribir sobre temas tabúes como el deseo, el cuerpo y el placer.
Y era mi mirada una culebra
apuntada entre zarzas de pestañas,
al cisne reverente de tu cuerpo.
Y era mi deseo una culebra
glisando entre los riscos de la sombra
a la estatua de lirios de tu cuerpo.
Tú te inclinabas más y más... y tanto,
y tanto te inclinaste,
que mis flores eróticas son dobles,
y mi estrella es más grande desde entonces.
Íntima
Yo te diré los sueños de mi vida
En lo más hondo de la noche azul...
Mi alma desnuda temblará en tus manos,
Sobre tus hombros pesará mi cruz.
Las cumbres de la vida son tan solas,
Tan solas y tan frías! Yo encerré
Mis ansias en mí misma, y toda entera
Como una torre de marfil me alcé.
Hoy abriré a tu alma el gran misterio;
Ella es capaz de penetrar en mí.
En el silencio hay vértigos de abismo:
Yo vacilaba, me sostengo en ti.
Muero de ensueños; beberé en tus fuentes
Puras y frescas la verdad: yo sé
Que está en el fondo magno de tu pecho
El manantial que vencerá mi sed.
Y sé que en nuestras vidas se produjo
El milagro inefable del reflejo...
En el silencio de la noche mi alma
Llega a la tuya como un gran espejo.
Imagina el amor que habré sonado
En la tumba glacial de mi silencio!
Más grande que la vida, más que el sueño,
Bajo el azur sin fin se sintió preso.
Imagina mi amor, mi amor que quiere
Vida imposible, vida sobrehumana,
Tú que sabes si pesan, si consumen
Alma y sueños de Olimpo en carne humana.
Y cuando frente al alma que sentía
Poco el azur para bañar sus alas,
Como un gran horizonte aurisolado
O una playa de luz, se abrió tu alma:
¡Imagina! ¡Estrechar vivo, radiante
El imposible! ¡La ilusión vivida!
Bendije a Dios, al sol, la flor, el aire,
¡La vida toda porque tú eras vida!
Si con angustia yo compré esta dicha,
¡Bendito el llanto que manchó mis ojos!
¡Todas las llagas del pasado ríen
Al sol naciente por sus labios rojos!
¡Ah! tú sabrás mi amor, mas vamos lejos,
A través de la noche florecida;
Acá lo humano asusta, acá se oye,
Se ve, se siente sin cesar la vida.
Vamos más lejos en la noche, vamos
Donde ni un eco repercuta en mí,
Como una flor nocturna allá en la sombra
Yo abriré dulcemente para ti.
(De El libro blanco (Frágil), 1907)
Tu boca
Yo hacía una divina labor, sobre la roca
Creciente del Orgullo. De la vida lejana,
Algún pétalo vívido me voló en la mañana,
Algún beso en la noche. Tenaz como una loca,
Seguía mi divina labor de roca.
Cuando tu voz que funde como sacra campana
En la nota celeste la vibración humana,
Tendió su lazo de oro al borde de tu boca;
-¡Maravilloso nido del vértigo, tu boca!
Dos pétalos de rosa abrochando un abismo.-
Labor, labor de gloria, dolorosa y liviana;
¡Tela donde mi espíritu se fue tramando él mismo!
Tú quedas en la testa soberbia de la roca,
Y yo caigo, sin fin, en el sangriento abismo!
(De Los cálices vacíos, 1913)
Lo inefable
Yo muero extrañamente... No me mata la Vida,
No me mata la Muerte, no me mata el Amor;
Muero de un pensamiento mudo como una herida...
¿No habéis sentido nunca el extraño dolor
De un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida
Devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida
Que os abrasaba enteros y no daba un fulgor?...
Cumbre de los Martirios!... Llevar eternamente,
Desgarradora y árida, la trágica simiente
Clavada en las entrañas como un diente feroz!...
Pero arrancarla un día en una flor que abriera
Milagrosa, inviolable!... Ah, más grande no fuera
Tener entre las manos la cabeza de Dios!
(De Cantos de la mañana, 1910)
Esta información ha sido recogida del CENTRO VIRTUAL CERVANTES