Este relato pertenece al libro EL MAR DE MIS RECUERDOS que junto con otro relato y 28 poemas ha tenido, para mi sorpresa, muy buena acogida. Podéis leer los poemas en entradas antiguas o picando arriba del blog, en la nube de etiquetas, el título del libro.
Espero que os guste.
LA DULCE MUÑECA
A veces la mente juega malas pasadas y nos hace sufrir aún más de lo que ya lo estábamos haciendo. Digo ésto, porque hace tiempo, visitando un albergue de esos que hay en las ciudades para los “sin techo”, conocí a una mujer menuda y joven, cuyo corazón rezumaba tanto sentimiento de culpa que su mente parecía no asimilarlo.
El comedor estaba repleto de indigentes en un día de invierno, tan frío como el alma de esta triste mujer.
Era mi primer trabajo bien pagado en la redacción de un periódico local y mi jefe, un gruñón sesentón y achacoso por el tabaco, me había mandado allí a investigar sobre las condiciones en las que se encontraba el local ya que se había recibido algunas denuncias por parte de los vecinos.
Recuerdo, entre sonidos de cucharas, platos, risas y gritos, como me fijé en ella. Mis ojos se cruzaron con los suyos por un momento pero su mirada estaba ausente.
Una mirada verde, clara, limpia y … vacía. No tendría ni 30 años y su pelo enmarañado era de un gris ceniza como los restos de una colilla.
Me extrañó ver a una persona tan joven en aquel sitio.
Me acerqué a ella, creo que no se dio cuenta porque ni se inmutó. El murmullo en el comedor era ensordecedor, el frío helaba el aliento y ella, aunque rodeada de gente, parecía sola en ésa inmensidad.
Me senté a su lado y me presenté.
- Hola, me llamo Ana y tú? – me miró sin verme y siguió comiendo.
Un viejo de barbas blancas y sucias como la nieve que había acumulada en la calle y ojos inyectados en alcohol, me dijo:
- No insistas, nunca habla con nadie…está loca…no sabemos su nombre…aquí la llamamos “la dulce muñeca”…- me hablaba entre sorbo y sorbo de comida que se le quedaba en la comisura de la boca.
En ese momento hice intento de irme. Parece que reaccionó porque me sujetó la mano y me miró de nuevo. Esta vez si me vio.
Sus ojos verdes, sin pestañear, me hablaban sin palabras. Su mano caliente, a pesar del frío, se aferraba a la mía. Sus pupilas se movían mientras me observaban, como si estuvieran leyendo un libro en mi cara y tengo que reconocer que me asustó.
Me aparté de ella en un acto reflejo y me fui como huyendo de un fantasma. Durante el resto del día sólo pude pensar en “la dulce muñeca” y me arrepentí por haberla abandonado de esa manera.
Esa noche, en la cama antes de dormir, me di cuenta que al final no había realizado el trabajo que me mandó mi jefe y que no tendría más remedio que volver al otro día.
En verdad, necesitaba volver allí otra vez.
Quería verla de nuevo. Quería saber qué me quiso decir. Quería, en definitiva, conocerla.
La curiosidad pudo conmigo.
Estuve visitando el albergue durante un par de semanas hasta que desapareció. Llegaba con tiempo suficiente para poder hacer mi trabajo y después la esperaba que entrase por la puerta con ese halo especial que sólo tienen las mujeres que no pertenecen a estos ambientes.
Su ropa, aunque vieja, no estaba sucia. Su piel era limpia y clara, se notaba que en otro tiempo estuvo bien cuidada. Su cabeza, siempre agachada con la mirada fija en el suelo como escondiéndose de la gente, como si no quisiera que nadie la mirase, se imponía en una espalda erguida y un paso firme, reminiscencia de una vida completamente distinta a la que llevaba ahora.
Durante los días que pasé junto a la dulce muñeca, compartí pan, pucheros, frutas y alguna que otra sonrisa. Aprendí con ella que a veces los gestos valen más que mil palabras, que una mirada te puede contar más que un diario y que una sonrisa, a veces, alivia enfermedades que los fármacos no consiguen.
Esta mujer me cortaba el pan, me acariciaba el pelo y a veces me miraba de soslayo y sonreía. Yo, ajena a su dolor, le contaba historias del periódico, de mi vida y en definitiva le hice partícipe de mis penas y de mis alegrías.
No conseguí en esos días ni una frase coherente hasta el día en que desapareció. Observé cómo escribía en una carpetita llena de papeles que guardaba rápidamente cuando me sentaba a su lado......(seguirá)
2 comentarios:
me ha capturado la historia estoy impaciente por saber como sigue, es muy buena felicitaciones
Gracias Nuria por tu blog. Y enhorabuena
Un abrazo
Joaquin Moreno
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