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viernes, 2 de diciembre de 2011

DÍA INTERNACIONAL CONTRA EL SIDA: RELATO DE UNA SOLEDAD.



                                     LAUREANO

Aquella parecía una mañana distinta, aunque nada en el ambiente podía demostrarlo. La noche, tampoco fue normal, sueños extraños de figuras desconocidas recorrieron los laberintos de mi mente entumecida sin dejarme descansar. La radio del despertador sonó por tercera vez con una música de salsa inoportuna y yo que estaba rendida de tanto soñar, de tanto sudar, de tanto pensar...lo apagué una vez más, y seguí en la cama adormilada.
Una hora más tarde, la chica que me ayuda con las labores de la casa, llamaba a la puerta con insistencia. Me levanté de un salto con el corazón encogido, no sé por qué, y casi pierdo el equilibrio.
La cabeza me estallaba. Me hice un café negro bien fuerte y fui, aparentemente, recuperando las fuerzas.
Salí a trabajar como de costumbre. Estoy de vacaciones en mi trabajo pero para poder llegar a fin de mes, colaboro en mis días libres con una compañía de seguros, vendiendo sus productos a cándidas almas temerosas de una futura jubilación inapropiada por el Estado, que les ayude a sufragar una vejez digna.
El día había amanecido tan cargado como mi cabeza. El calor era aplastante aunque de vez en cuando una pequeña brisa de levante reconfortaba.
Antes de llegar a la oficina me paré en la tienda de una asegurada de la compañía, intentando hacer algún contacto. La visita no fue muy interesante y yo tampoco estuve muy efusiva que digamos.
Con el tiempo, las amargas experiencias vividas las vas guardando en el desván oculto del corazón y le echas el cerrojo. Esa llave, que será tu cruz, te acompañará siempre sin conseguir perderla. Un día como el de hoy, quizás por un gran motivo, o por un pequeño incidente o por nada aparentemente especial, esa puerta que creías bien cerrada, se abre sola, así sin más, y los fantasmas se escapan para acompañarte hasta que con mucho empeño mental, consigues devolverlos de nuevo a esa guarida donde todo vale y vuelves a cerrarla, y con un gesto torpe de cabeza, suspiras y te recompones. La llave entonces vuelve a quemarte entre las manos y se pega a ellas como un imán para que no las pierdas, y comenzamos de nuevo. No quieres pensar, no quieres recordar y las imágenes se van agolpando en tu mente sin poder evitarlo derrotándote por el camino.
Para colmo, en la tele o en la radio, ese mismo día, escuchas historias parecidas, o incluso esas vecinas a las que nunca echas cuenta, te hablan y te hablan de historias similares.
- Todo pasa, tranquila - se dice una, cansada ya de tantas vueltas a las mismas historias.
Esconder las sombras del pasado bajo llave ha costado demasiado y un trocito de tu vida, en ese momento, se ha perdido en la batalla.”

Llegué por fin a la oficina e intenté animarme hablando por teléfono con algún que otro cliente, pero está claro que en estos días grises las operaciones se te escapan sin poder evitarlo e incluso una misma provoca que eso ocurra. Claro está, al otro, cuando recapacitas y te das cuentas de las torpezas cometidas intentas remediarlo y al final doble trabajo.
Suelo terminar mi jornada sobre las dos de la tarde y hoy decidí terminar antes. Hacía tiempo que no paseaba por el centro, por su calle larga siempre concurrida de gentes con caras relajadas y curiosas.
Empecé a caminar lentamente, el calor era aplastante y las piernas me pesaban.
Hace bastante tiempo que no visito las tiendas, ni me compro ropa,- la verdad que mi economía no da para ello - , por eso prefiero evitar la tentación, pero hoy necesitaba relajarme así que entré a ver que encontraba. No descubrí nada interesante o quizás es que yo no estaba en disposición de gastar el poco dinero que llevaba encima.
Así iba llegando al final de la calle sumida en mis pensamientos mirando los escaparates.
Me sentía cansada de tantos pensamientos caóticos en mi cabeza. Sólo quería dejar de ser yo, por algunos instantes, para descansar un poco de mi misma...- ¿cómo podría conseguir darme unas vacaciones para poderme echar de menos…jajaja?- iba pensando por el camino.
De pronto, sentí una voz cerca que me hablaba muy bajito. Me di media vuelta, sobresaltada y lo vi.
Me ofrecía, con una mirada vidriosa, con unos ojos acuosos, con una delgadez patética y con una extraña belleza ya olvidada en los surcos de su cara, un bolígrafo para una recogida de firmas.
Observé que había una pequeña mesa en un lateral de la calle con revistas y varios jóvenes solicitando lo mismo. En medio de mi desvarío de pensamientos, esos ojos me atrajeron,- reclamaban ternura, imploraban una mano amiga – o al menos eso me pareció ver tras el gris de sus pupilas.
Seguí sus pasos casi sin darme cuenta mientras me susurraba cosas que no lograba entender.
Me ví, sin más, con el bolígrafo en la mano, escribiendo mi nombre mientras lo miraba fijamente.
  • Por favor, no me mires a mi, mira el papel que estás firmando – me dijo con una leve sonrisa amarga en la comisura de los labios.
Sonreí.
Eché un vistazo a las revistas y los libros. Eran ex_toxicómanos y enfermos de sida los que estaban en aquella mesa. Pedían firmas para recibir de la administración una ayuda económica y conseguir con ello poder rehabilitar a jóvenes con el mismo problema.
Él me fue explicando como se levantan muy temprano cada mañana para recorrer los pueblos, como transcurren sus horas hablando con los transeúntes y conseguir, después, unas pocas firmas.
Le pregunté su nombre, Laureano, me contestó y sin yo preguntarle nada más, me dijo:
  • Estoy enfermo de sida, soy ex-toxicómano y llevo 6 años rehabilitado.
Me explicó que se estaba medicando y aún así había veces que no podía trabajar en las mesas porque se encontraba mal, e incluso que algunas noches, al acostarse, tenía fiebre de tanto esfuerzo realizado durante el día.
Su cabello castaño, fino como la seda, brillaba bajo el insoportable sol del mediodía. Su delgadez era enfermiza, algo normal en su caso, su ojos tristes y los rasgos de su cara expresaban una belleza ajada por las circunstancias de la vida.
Laureano era un joven amable, delicado en su manera de hablar. Me contó que estaba cansado de la vida pero que luchaba día a día por seguir adelante. Que tenía dos hijos y que quería que por lo menos ellos pudieran mirarlo a los ojos sin sentir vergüenza. Él reconocía, bajando la mirada, que había provocado mucho daño.
- ¿Qué mal nos portamos con las personas que amamos cuando caemos en el mundo de las drogas? ¿Y qué de cosas bonitas nos perdemos por culpa de ella? – me susurraba casi sin fuerza en sus palabras.
Asentí con la cabeza y el me miró con pena y arrepentimiento en su gesto y yo me sentí mal por él.
Sonreí y le pregunté por la amistad que existía en el grupo cuando se están curando y con una dureza extraña en su rostro, me contestó que sí con un leve arqueo de ceja, me contó con amargura en la voz, que tenía amigos entre ellos, muchos, pero que los verdaderos, los que conocía desde niño, habían muerto todos. Solo quedaba él.
Puedes decir que eres un hombre con suerte – le dije – y su cara, entonces, se iluminó con un poco de alegría.
Sabes – me comentó – dentro de dos días es mi cumpleaños, cumplo 31 años y su boca quedó entreabierta, lo demás, se quedó en puntos suspensivos...
Me preguntó mi nombre y se lo dije. Al despedirme le tendí mi mano para estrechar la suya. Hubo un instante en el que no reaccionó, creí que no me iba a ofrecer la suya, aunque al final lo hizo.
Nuestras manos se apretaron con firmeza. Para él no sé si tuvo algún significado o si le dio importancia a este gesto, pero con ello quise mostrarle mi solidaridad y mi aprecio a tantas personas que han caído en la droga, que han hecho sufrir a tanta gente porque sus propias vidas ya eran un continuo sufrimiento.
Quise en ese momento solidarizarme con todas los Laureanos que, aún estando enfermos, arañan cada día un poquito de vida, a la vida, y que no pueden permitirse el lujo de rendirse porque se encuentran abandonados ante una enfermedad, que aunque mortalmente dolorosa en algunos casos, no lo sería tanto si la sociedad en la que vivimos no les impusiera el castigo de la soledad.
Ellos más que nadie necesitan de nuestro cariño, de una mano amiga, de una sonrisa, de una mirada sincera, y casi siempre sólo encuentran miedo y rechazo.
Todos cometemos fallos, ellos quizás incurrieron en el más grave, perjudicarse a si mismo sin ver las consecuencias, pero no se les debe condenar a la cadena perpetua de la soledad, porque el castigo ya lo están pagando.”
Todo esto quería expresarle, decirle, animarle, aunque sólo fuera a través de un apretón de manos.
Me alejé lentamente. No me sentía bien. Un nudo en la garganta me impedía tragar y un zum-zum en mi cabeza me mareaba.
Frené mis pasos ante un escaparate de ropa y me sentí ridícula. Bajé la cabeza y corrí hacia el coche.
Al salir del aparcamiento, paré ante un semáforo y me percaté que en frente había una floristería que estaban cerrando. Sin pensarlo dos veces, estacioné el coche, dejándolo en doble fila.
Entré y pedí una flor y me di cuenta que cuando fui a pagar, los últimos euros que llevaba en el bolso se los había dado al del estanco esa mañana, entonces no sé que hablé ni como convencí al dueño pero me dio un clavel y quedé en pagárselo al otro día.
Me despedí del floristero y recorrí el largo de la calle buscando la pequeña mesa, mientras pensaba que ya se habían ido.
Necesitaba encontrarlo de nuevo y saldar una pequeña deuda conmigo misma - ¿egoísmo? ¿vergüenza? ¿remordimiento? -.
Llegué casi sin aliento. Laureano hablaba con un joven lo mismo que hacía un rato me hablaba a mi.
- ¿Qué fortaleza? – pensé mientras lo esperaba - no sé si yo en su lugar tendría fuerzas para seguir luchando -.
Un compañero se me acercó y le dije que quería hablar con Laureano.
Cuando terminó, miró al frente, me vio y su expresión no cambió para nada. Me saludó de nuevo con un simple ¡hola! Y yo, en ese instante, sin más preámbulo, le ofrecí la flor.
  • Feliz cumpleaños, me gustaría poder hacerte la vida un poco más agradable el día de hoy. Tómala de mi parte – le dije con voz insegura.
Tendió su mano, cogió la flor y me dio las gracias mientras la olía.
Oí repitir mi nombre varias veces pero yo ya me había ido.
No quise mirar atrás, un nudo en el estómago me producía una extraña sensación de vacío.
Me monté en el coche, que por suerte no se lo había llevado la grúa, busqué en el equipo mi música favorita, encendí un cigarrillo e inhalé su humo con calma.
Pensé en todo los protagonistas de historias similares que por una u otra razón se cruzaron en mi camino y no pude hacer nada por ellos, por miedo, por incredulidad o simplemente por falta de tiempo y deseé que algún día los milagros existiesen y que la pócima del antídoto llegara a sus manos, aunque comprendí que el remedio lo tenemos todos nosotros: los que vivimos de espalda a la cruda realidad, los que miramos hacia otro lado cuando alguien nos suplica su ayuda, los que vivimos mirándonos constantemente el ombligo..
.
El sol seguía calentando el asfalto con rabia, las gentes continuaban sus caminos indolentes ante tanta miseria humana, y por una vez, después de mucho tiempo, me sentí, durante un rato, en paz conmigo misma.


Esta historia va en recuerdo de todos los Laureanos de este mundo, de los que se fueron y de los que quedan, para que nuca podamos olvidarnos de ellos.

martes, 29 de noviembre de 2011

Artículo CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO








           ARTÍCULO DE OPINIÓN para ONDA CERO ALGECIRAS




                     CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO


El pasado 25 de noviembre se celebraba con renovada esperanza y a la vez, profunda tristeza, numerosos actos en contra de la violencia de género. 
Quiero empezar este artículo con la profética cita de la poetisa griega, Safo de Lesbos:“ Os aseguro que alguien se acordará de nosotras en el futuro”. Lo que no predijo fue el por qué

Así, remontándome en el tiempo recordaré el por qué de que se declarara este día como Internacional. Fue en 1981, en Bogotá, donde las mujeres denunciaron la violencia de género, la violación y el acoso sexual y se eligió la fecha del 25 de noviembre para conmemorar el violento asesinato de las hermanas Mirabal, tres activistas políticas asesinadas un 25 de noviembre de 1960 a manos de la policía del dictador Rafael Trujillo en la República Dominicana. Sus cadáveres destrozados aparecieron en el fondo de un precipicio. 
Para el movimiento feminista, ellas simbolizaron la lucha por la libertad de la muje. Más tarde, en 1998 se aprobaría un Plan de Actuación en el Parlamento, que incluiría numerosas medidas que no se están poniendo en práctica en la mayoría de los casos.

Actualmente seguimos enterrando a nuestras mujeres, víctimas del terrorismo doméstico y víctimas, también, de una sociedad cuya acción más contundente es la manifestación y el llanto pero que no lucha por la vida de aquella que se oculta tras unas gafas oscuras cuando va a acomprar el pan, o de la que no va a recoger a su hijo al colegio por una supuesta caída por las escaleras, o por aquellas trabajadoras de la noche que salen a recorrer las aceras con miedo y cubierta de moratones.
La sociedad es sorda. Sólo escucha el gemido en los cementerios y no quiere oír los gritos apagados de mujeres incapaces de marcar al 016 por miedo a la incompetencia, la soledad y el tener que abandonar sus propios hogares mientras sus verdugos siguen integrado en la comunidad.

Escritoras de todo el mundo, desde hace épocas, intentan remediar mediante la palabra ¡tanto miedo! Ya la gran voz femenina de principios del s.xx Angela Figuera, denunciaba la violencia machista con su poema “No quiero que me tapen la boca cuando digo NO QUIERO”. O la escritora Gioconda Belli, importante activista por la igualdad de la mujer, citaba: “Me levanto orgullosa todas las mañanas y bendigo mi sexo”. Y Dulce Chacón, entre otras muchas, que además de publicar la novela “Un amor que no mate” forma parte de la Plataforma de Mujeres Artistas contra la Violencia de Género.
Es difícil en 40 líneas resumir mi BASTA YA rotundo contra la lacra de aquel que deja a un lado el calificatico de HOMBRE en el momento que alza, no ya la mano, si no la voz, a una mujer para imponer su autoridad, y lo hago con la más potente de las armas, LA PALABRA.

Si me lo permiten, me gustaría terminar con un poema que escribí para la Fundación Ana Bella, asociación de ayuda a mujeres maltratadas y que leí en uno de los actos a los que fui invitada:

No hay tsunami en el universo
capaz de remover mis entrañas
No existe huracán en el mundo
que espante mis ideas
No hay diluvio en mi vida
que me impida ver una sonrisa.

Se agotaron ya las lágrimas
a escondidas tras la puerta de la alcoba.
Caducó ya cada palabra
insolente y maldecida por tu furia.
Se consumió ya cada inútil gesto
que forzaba para calmarte.

Sobreviviré, sí,
Y ahora cuando mis lágrimas
rocen mis labios,
serán de alegría por estar viva.
Y ahora cuando en la casa solo
queden ecos de silencios,
será para saborearlos.
Y ahora cuando recorra
las calles de mi infancia,
será para olvidarte.

Hay más luz en el túnel
que la tupida nube que me ofrecías.
Hay más flores en el campo
que en los cementerios de tu mente.
Hay más puertas abiertas
que en la cárcel de tus desprecios.

Sobreviviré, sí,
Y resurgiré de mis rescoldos
como el ave fénix,
para descubrir minuto a minuto,
hasta el último día de mi camino,
una vida maravillosa, sin TI.

                  Nurya Ruiz