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viernes, 2 de diciembre de 2011

DÍA INTERNACIONAL CONTRA EL SIDA: RELATO DE UNA SOLEDAD.



                                     LAUREANO

Aquella parecía una mañana distinta, aunque nada en el ambiente podía demostrarlo. La noche, tampoco fue normal, sueños extraños de figuras desconocidas recorrieron los laberintos de mi mente entumecida sin dejarme descansar. La radio del despertador sonó por tercera vez con una música de salsa inoportuna y yo que estaba rendida de tanto soñar, de tanto sudar, de tanto pensar...lo apagué una vez más, y seguí en la cama adormilada.
Una hora más tarde, la chica que me ayuda con las labores de la casa, llamaba a la puerta con insistencia. Me levanté de un salto con el corazón encogido, no sé por qué, y casi pierdo el equilibrio.
La cabeza me estallaba. Me hice un café negro bien fuerte y fui, aparentemente, recuperando las fuerzas.
Salí a trabajar como de costumbre. Estoy de vacaciones en mi trabajo pero para poder llegar a fin de mes, colaboro en mis días libres con una compañía de seguros, vendiendo sus productos a cándidas almas temerosas de una futura jubilación inapropiada por el Estado, que les ayude a sufragar una vejez digna.
El día había amanecido tan cargado como mi cabeza. El calor era aplastante aunque de vez en cuando una pequeña brisa de levante reconfortaba.
Antes de llegar a la oficina me paré en la tienda de una asegurada de la compañía, intentando hacer algún contacto. La visita no fue muy interesante y yo tampoco estuve muy efusiva que digamos.
Con el tiempo, las amargas experiencias vividas las vas guardando en el desván oculto del corazón y le echas el cerrojo. Esa llave, que será tu cruz, te acompañará siempre sin conseguir perderla. Un día como el de hoy, quizás por un gran motivo, o por un pequeño incidente o por nada aparentemente especial, esa puerta que creías bien cerrada, se abre sola, así sin más, y los fantasmas se escapan para acompañarte hasta que con mucho empeño mental, consigues devolverlos de nuevo a esa guarida donde todo vale y vuelves a cerrarla, y con un gesto torpe de cabeza, suspiras y te recompones. La llave entonces vuelve a quemarte entre las manos y se pega a ellas como un imán para que no las pierdas, y comenzamos de nuevo. No quieres pensar, no quieres recordar y las imágenes se van agolpando en tu mente sin poder evitarlo derrotándote por el camino.
Para colmo, en la tele o en la radio, ese mismo día, escuchas historias parecidas, o incluso esas vecinas a las que nunca echas cuenta, te hablan y te hablan de historias similares.
- Todo pasa, tranquila - se dice una, cansada ya de tantas vueltas a las mismas historias.
Esconder las sombras del pasado bajo llave ha costado demasiado y un trocito de tu vida, en ese momento, se ha perdido en la batalla.”

Llegué por fin a la oficina e intenté animarme hablando por teléfono con algún que otro cliente, pero está claro que en estos días grises las operaciones se te escapan sin poder evitarlo e incluso una misma provoca que eso ocurra. Claro está, al otro, cuando recapacitas y te das cuentas de las torpezas cometidas intentas remediarlo y al final doble trabajo.
Suelo terminar mi jornada sobre las dos de la tarde y hoy decidí terminar antes. Hacía tiempo que no paseaba por el centro, por su calle larga siempre concurrida de gentes con caras relajadas y curiosas.
Empecé a caminar lentamente, el calor era aplastante y las piernas me pesaban.
Hace bastante tiempo que no visito las tiendas, ni me compro ropa,- la verdad que mi economía no da para ello - , por eso prefiero evitar la tentación, pero hoy necesitaba relajarme así que entré a ver que encontraba. No descubrí nada interesante o quizás es que yo no estaba en disposición de gastar el poco dinero que llevaba encima.
Así iba llegando al final de la calle sumida en mis pensamientos mirando los escaparates.
Me sentía cansada de tantos pensamientos caóticos en mi cabeza. Sólo quería dejar de ser yo, por algunos instantes, para descansar un poco de mi misma...- ¿cómo podría conseguir darme unas vacaciones para poderme echar de menos…jajaja?- iba pensando por el camino.
De pronto, sentí una voz cerca que me hablaba muy bajito. Me di media vuelta, sobresaltada y lo vi.
Me ofrecía, con una mirada vidriosa, con unos ojos acuosos, con una delgadez patética y con una extraña belleza ya olvidada en los surcos de su cara, un bolígrafo para una recogida de firmas.
Observé que había una pequeña mesa en un lateral de la calle con revistas y varios jóvenes solicitando lo mismo. En medio de mi desvarío de pensamientos, esos ojos me atrajeron,- reclamaban ternura, imploraban una mano amiga – o al menos eso me pareció ver tras el gris de sus pupilas.
Seguí sus pasos casi sin darme cuenta mientras me susurraba cosas que no lograba entender.
Me ví, sin más, con el bolígrafo en la mano, escribiendo mi nombre mientras lo miraba fijamente.
  • Por favor, no me mires a mi, mira el papel que estás firmando – me dijo con una leve sonrisa amarga en la comisura de los labios.
Sonreí.
Eché un vistazo a las revistas y los libros. Eran ex_toxicómanos y enfermos de sida los que estaban en aquella mesa. Pedían firmas para recibir de la administración una ayuda económica y conseguir con ello poder rehabilitar a jóvenes con el mismo problema.
Él me fue explicando como se levantan muy temprano cada mañana para recorrer los pueblos, como transcurren sus horas hablando con los transeúntes y conseguir, después, unas pocas firmas.
Le pregunté su nombre, Laureano, me contestó y sin yo preguntarle nada más, me dijo:
  • Estoy enfermo de sida, soy ex-toxicómano y llevo 6 años rehabilitado.
Me explicó que se estaba medicando y aún así había veces que no podía trabajar en las mesas porque se encontraba mal, e incluso que algunas noches, al acostarse, tenía fiebre de tanto esfuerzo realizado durante el día.
Su cabello castaño, fino como la seda, brillaba bajo el insoportable sol del mediodía. Su delgadez era enfermiza, algo normal en su caso, su ojos tristes y los rasgos de su cara expresaban una belleza ajada por las circunstancias de la vida.
Laureano era un joven amable, delicado en su manera de hablar. Me contó que estaba cansado de la vida pero que luchaba día a día por seguir adelante. Que tenía dos hijos y que quería que por lo menos ellos pudieran mirarlo a los ojos sin sentir vergüenza. Él reconocía, bajando la mirada, que había provocado mucho daño.
- ¿Qué mal nos portamos con las personas que amamos cuando caemos en el mundo de las drogas? ¿Y qué de cosas bonitas nos perdemos por culpa de ella? – me susurraba casi sin fuerza en sus palabras.
Asentí con la cabeza y el me miró con pena y arrepentimiento en su gesto y yo me sentí mal por él.
Sonreí y le pregunté por la amistad que existía en el grupo cuando se están curando y con una dureza extraña en su rostro, me contestó que sí con un leve arqueo de ceja, me contó con amargura en la voz, que tenía amigos entre ellos, muchos, pero que los verdaderos, los que conocía desde niño, habían muerto todos. Solo quedaba él.
Puedes decir que eres un hombre con suerte – le dije – y su cara, entonces, se iluminó con un poco de alegría.
Sabes – me comentó – dentro de dos días es mi cumpleaños, cumplo 31 años y su boca quedó entreabierta, lo demás, se quedó en puntos suspensivos...
Me preguntó mi nombre y se lo dije. Al despedirme le tendí mi mano para estrechar la suya. Hubo un instante en el que no reaccionó, creí que no me iba a ofrecer la suya, aunque al final lo hizo.
Nuestras manos se apretaron con firmeza. Para él no sé si tuvo algún significado o si le dio importancia a este gesto, pero con ello quise mostrarle mi solidaridad y mi aprecio a tantas personas que han caído en la droga, que han hecho sufrir a tanta gente porque sus propias vidas ya eran un continuo sufrimiento.
Quise en ese momento solidarizarme con todas los Laureanos que, aún estando enfermos, arañan cada día un poquito de vida, a la vida, y que no pueden permitirse el lujo de rendirse porque se encuentran abandonados ante una enfermedad, que aunque mortalmente dolorosa en algunos casos, no lo sería tanto si la sociedad en la que vivimos no les impusiera el castigo de la soledad.
Ellos más que nadie necesitan de nuestro cariño, de una mano amiga, de una sonrisa, de una mirada sincera, y casi siempre sólo encuentran miedo y rechazo.
Todos cometemos fallos, ellos quizás incurrieron en el más grave, perjudicarse a si mismo sin ver las consecuencias, pero no se les debe condenar a la cadena perpetua de la soledad, porque el castigo ya lo están pagando.”
Todo esto quería expresarle, decirle, animarle, aunque sólo fuera a través de un apretón de manos.
Me alejé lentamente. No me sentía bien. Un nudo en la garganta me impedía tragar y un zum-zum en mi cabeza me mareaba.
Frené mis pasos ante un escaparate de ropa y me sentí ridícula. Bajé la cabeza y corrí hacia el coche.
Al salir del aparcamiento, paré ante un semáforo y me percaté que en frente había una floristería que estaban cerrando. Sin pensarlo dos veces, estacioné el coche, dejándolo en doble fila.
Entré y pedí una flor y me di cuenta que cuando fui a pagar, los últimos euros que llevaba en el bolso se los había dado al del estanco esa mañana, entonces no sé que hablé ni como convencí al dueño pero me dio un clavel y quedé en pagárselo al otro día.
Me despedí del floristero y recorrí el largo de la calle buscando la pequeña mesa, mientras pensaba que ya se habían ido.
Necesitaba encontrarlo de nuevo y saldar una pequeña deuda conmigo misma - ¿egoísmo? ¿vergüenza? ¿remordimiento? -.
Llegué casi sin aliento. Laureano hablaba con un joven lo mismo que hacía un rato me hablaba a mi.
- ¿Qué fortaleza? – pensé mientras lo esperaba - no sé si yo en su lugar tendría fuerzas para seguir luchando -.
Un compañero se me acercó y le dije que quería hablar con Laureano.
Cuando terminó, miró al frente, me vio y su expresión no cambió para nada. Me saludó de nuevo con un simple ¡hola! Y yo, en ese instante, sin más preámbulo, le ofrecí la flor.
  • Feliz cumpleaños, me gustaría poder hacerte la vida un poco más agradable el día de hoy. Tómala de mi parte – le dije con voz insegura.
Tendió su mano, cogió la flor y me dio las gracias mientras la olía.
Oí repitir mi nombre varias veces pero yo ya me había ido.
No quise mirar atrás, un nudo en el estómago me producía una extraña sensación de vacío.
Me monté en el coche, que por suerte no se lo había llevado la grúa, busqué en el equipo mi música favorita, encendí un cigarrillo e inhalé su humo con calma.
Pensé en todo los protagonistas de historias similares que por una u otra razón se cruzaron en mi camino y no pude hacer nada por ellos, por miedo, por incredulidad o simplemente por falta de tiempo y deseé que algún día los milagros existiesen y que la pócima del antídoto llegara a sus manos, aunque comprendí que el remedio lo tenemos todos nosotros: los que vivimos de espalda a la cruda realidad, los que miramos hacia otro lado cuando alguien nos suplica su ayuda, los que vivimos mirándonos constantemente el ombligo..
.
El sol seguía calentando el asfalto con rabia, las gentes continuaban sus caminos indolentes ante tanta miseria humana, y por una vez, después de mucho tiempo, me sentí, durante un rato, en paz conmigo misma.


Esta historia va en recuerdo de todos los Laureanos de este mundo, de los que se fueron y de los que quedan, para que nuca podamos olvidarnos de ellos.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Presentación del libro EL CEMENTERIO DE LOS SUICIDAS, por EMILIO RÍOS VERA, Miembro del Sindicato Nacional de Escritores y Presidente del Ateneo José Román.



                             De izd. a dcha.: Antonio Rojo, Emilio Ríos, Patricio, Carmen 








El viernes pasado, 9 de Septiembre, se presentó en la Fundación Jose Luis Cano de Algeciras EL CEMENTERIO DE LOS SUICIDAS, presentado por Patricio González (escritor, conferenciante y ex-alcalde de Algeciras), prologado por Carmen Sánchez Melgar (pareja de Emilio y escritora reconocida) e ilustrado por Antonio Rojo (dibujante de cómics con éxito a nivel internacional).








Una propuesta narrativa que recopila 21 relatos que ha venido publicando a lo largo de los últimos 15 años, en los cuales se advierten los esquemas de la poesía hilvanados con cuidado para perpetrar una historia que se confunde en este libro experimental. 


     
    La primera edición de El cementerio de los suicidas ha salido con una tirada de 250 ejemplares bajo la editorial del propio autor Poema-Ríos. La portada ha sido diseñada por Antonio Rojo, donde predomina el color bajo la niebla tenebrosa en la entrada a un cementerio. Si bien, para la segunda edición se cambiará el tono, jugando con la innovación.

La segunda edición, incluirá novedades, además de los relatos que premiados que contiene. Será utilizado como lectura educativa por el IES Torrealmirante en un proyecto donde se incluyen dos centros más de Valencia y Galicia, a los que prevé acudir Ríos para conocer la opinión de los estudiantes. A raíz de este proyecto que le propuso Ana Sánchez se decidió a crear 
El cementerio de los suicidas

Este trabajo es muy especial para Emilio Ríos porque supone su debut como narrador, una apuesta que por ahora ha venido acompañada de buenas críticas, lo que le anima a seguir este camino. De hecho prepara su primera novela para 2012 denominada La infancia bajo el suelo, donde desgrana una mezcla de realidad y ficción en torno a su infancia. 

     






















martes, 30 de agosto de 2011

RELATO CORTO HOMENAJE A EDGAR ALLAN POE


                                                             “Hay momentos en que, aun para el sereno ojo de la razón, el mundo de nuestra triste humanidad puede cobrar la apariencia del infierno, pero la imaginación del hombre no es Caratis para explorar con impunidad todas sus cavernas”.
Edgar Allan Poe
                                    
                                         PINTOR: TONI TRALLERO (ACUARELA)

                                Basado en su cuento EL ENTIERRO PREMATURO.
                                            UNA OPORTUNIDAD
Paseaba junto a unos amigos por la playa.
Recuerdo que íbamos comentando nuestra última andanza nocturna.
De repente, sin que nadie pudiera darse cuenta, enmudecí. La vista se me nubló, el corazón pareció dejar de latir por unos segundos y un seco golpe en el suelo hizo que las sonrientes caras de mis amigos cambiaran por la de una temerosa sorpresa al principio, más tarde, turbación y al final desesperación al no responder a la reanimación.
- …¡¿Qué me ha ocurrido?!...-
Un ruido sobre mi cabeza me recuerda la sirena de…¿una ambulancia?...
Quiero hablar y solo oigo la voz en mi cabeza, como si mis labios fuesen uno y mi boca no existiera.
Quiero ver qué ocurre y los párpados me pesan como cosidos a mi piel.
Quiero moverme y el cuerpo no me responde, como si no fuera mío.
Silencio. Asombro. Espanto. Silencio.
-...Estoy recostado... sobre... un duro colchón…-
Noto levemente que algo me cubre la boca y la nariz y me llena de aire los pulmones .
- ¡Qué me ocurre!..
Con asombro noto que mis oídos siguen funcionando, y para mi desgracia, no pueden comunicar nada.
Una ronca voz de hombre dice, con marcado tono de solemnidad, que ya no hay remedio, que falta poco para que todo termine.
-…¿De quién o de qué están hablando?...-
- ¡oiga!...¡estoy aquí!...¿alguien me ve?...estoy respirando ¿no?, eso quiere decir que estoy vivo...¿lo sabéis?
Una entrecortada voz de mujer suspira y llora. Me recuerda la voz de …¡mi madre!...
Me acarician la mano, siento las caricias y quiero responder y no puedo, los miembros de mi cuerpo no me obedecen.
  • ¿Soy yo la persona por la que lloran?...¡pero si estoy bien!, solo necesito que alguien se de cuenta... –
- ¿Qué está pasando?
  • ¡nooo!...no, por favor, no se lo quiten.
Es mi madre, la reconozco, ¿qué es lo que no quiere que quiten?
Noto como me retiran ese aparato que me permite respirar, ahora comprendo por qué grita mi madre.
  • ¡mámá!..¡tú sabes que estoy bien!¿verdad?...¡dile que me lo pongan? Yo no puedo, ¿lo ves? Pero sigo respirando, más lento, sí, pero respiro...¡mamá!...¡no los dejes!...
  • ¿Por qué?...¡no!...ahora lo comprendo todo…
- ¡¡Creen que estoy muerto!!
Intento moverme, gritar, abrir los ojos y no lo consigo.
Es inútil.
  • ¡oigan!…¡No estoy muerto!...
- ¿Y si lo estoy y no me he dado cuenta?... No sé...no sé nada, sólo quiero vivir y ellos no se dan cuenta...
Silencio. Sollozos. Llantos. Silencio.
- ¿me he dormido?...¡esto tiene que ser un mal sueño!...¿es una broma?...¿cuánto tiempo ha pasado desde que me desenchufaron?...He perdido la noción del tiempo, todo es oscuro, solo oigo y siento y nadie se da cuenta...¿por qué?...¿por qué?...
Me están moviendo.
Me cambian de sitio.
Oigo el ruido del cierre de una puerta de …¿madera?...sobre mi.
  • ¿Es que acaso estoy en…?...¡No!...¡no puede ser!
Mi cuerpo se mueve y no soy yo quien lo hace, algo me mueve levemente y choco con las blandas paredes de algo que me aprisiona
- ¡No puedo creer lo que está pasando!...¡es imposible!
- ¡oigan!...¡¡Yo no estoy muerto…!!
El traqueteo que me movía ha cesado bruscamente.
Entre gemidos, que oigo muy lejanos, noto como arrastran esta urna en la que estoy.
- ¿se han dado cuenta de que estoy vivo? Sí, eso es, por eso arrastran esta maldita caja, porque saben que estoy vivo...¡vivo!...
Siento unos sonidos huecos.
Retumban con un eco de terror en mi cabeza.
Y se hace el silencio.
- ¿Me acaban de encerrar entre paredes de …cemento?...¡¡¡noooo!!!
- ¡¡Necesito salir, por favor, escúchen mis súplicas!!...
Silencio. Terror. Locura. Silencio
  • ¡No!...¡El aire!... ¡me falta el aire!...
La cabeza me da vueltas como si una avioneta estuviera cayendo en picado y el paracaídas se hubiera quedado atascado.
- ¡No puedo pensar con claridad!
- …¿Ya todo acabó?…¿siempre ocurre así?...
- ¡No! ¡no quiero creer lo que me está…pasando!...¡cada vez me cuesta más respirar, y pensar y resp...
- ¡Ayú…da
una…o...por…tu… … …
Silencio. Silencio. Silencio. Silencio.
¿Sabemos si existe algo después de la muerte? Esa es la gran pregunta que siempre nos acompaña, ¿pero sabemos si realmente morimos cuando todos creen que estamos muertos? Esos minutos después de certificar el fallecimiento...¿se acabó todo?...¿de verdad?...¿y si seguimos sintiendo y oyendo sin poder movernos?
Es algo que no sabremos nunca, quizá se nos concede ese tiempo para finiquitar cuentas con nuestra conciencia, o para pedir perdón, o para odiar...o para poder dormir en paz después de saber que nuestros familiares realmente nos amaban... y dependerá de cómo empleemos ese tiempo, habrá o no habrá un más allá.
¿Quién sabe?...Sólo espero estar aquivocada.
                                                                                       Nurya Ruiz

domingo, 2 de enero de 2011

FELIZ ENTRADA DE AÑO

Os deseo una muy buena entrada de este año 2011 porque si ha sido así os dará mucha suerte. Yo quiero celebrar este primero de año con un cuento para todos vosotros. Decidme si os gusta.


   

                                      CUENTO DE FIN DE AÑO

                   PINCELADAS DE COLORES DESDE LA VENTANA
                                      

El vehemente aire del invierno abrió la ventana. Cohetes multicolor surcaban el suelo negro del firmamento incorporándose al manto de estrellas.
Unos ojos redondos, de un extraño gris violáceo y de largas pestañas castañas, parecían a punto de llorar.
Un cabello caoba, de extensos tirabuzones, rodeaba una fina cara casi de porcelana.
Un escuálido cuerpo de niña-mujer, permanecía estático ante el ventanal de aquella anticuada casona tan siniestra que podía otearse en el horizonte.
Unas manos blanquecinas aferraban unas ruedas de fino caucho, balanceándolas hacia delante y hacia atrás, con titubeantes movimientos que hacía crujir el viejo suelo de madera.
Unas adormecidas piernas, sobre un pequeño escalón de hierro, aunque inmóbiles, parecieron por un momento temblar bajo una mantita de cuadros azul y beige.
Una espalda recta – el dolor no había logrado arquearla – apoyaba toda su historia sin pasado en el respaldo de esa silla, especie de trono con ruedas.

Y los cohetes con sus silbidos de felicidad, disparaban brazos de colores que descendían caóticamente, y antes de desaparecer en el infinito sus terminaciones como ojos de cristal iluminados la reclamaban a su lado, y al explotar en la inmensidad, le decían: Ven...y algunas palabras más que se diluían en la noche.

Abajo en la cocina, un rechinar de platos para la cena de fin de año, se amontonaban en la encimera.

De pronto, los cohetes desparecieron y el silencio volvió a ocupar su sitio en la habitación de la niña. En el salón, la música sorteó los recovecos de la casa hasta llegar a sus oídos y en su soledad pensaba:- ¡cuánto me gustaría poder bailar!...¡cuánto me gustaría poder bajar al salón y decirle a mi papi: mira papá, mamá desde el cielo me ha ayudado a levantarme...!

Un fin de año más, y ya van doce, y la niña vuelve a estar de nuevo en el dormitorio con olor a madera rancia, de nuevo vuelve a mirar las estrellas buscando los ojos de una madre que nunca conoció, de nuevo se quedará dormida en esa silla que desde siempre ha sido su cárcel sin que nadie venga a darle las buenas noches, ni a tumbarla en la cama con un cariñoso beso en la frente y de nuevo las risas y el baile del salón inundan su apagada mirada de tristeza.
  • ¿Hola?...¿Estás dormida? - le dice al oído un pequeño saltamontes vestido con frac, con una humeante pipa en un lado de su pequeña boca y una bufanda de franela alrededor de su estrechísimo cuello.
  • ¿Quién eres?....¿sabes hablar?...
  • Pues claro niña, desde siempre, lo que pasa que a veces nadie me escucha – y de un salto
se posó en su regazo.
  • ¡Qué bueno que sabes saltar!...¿¡me gustaría tanto saltar contigo?!...
  • ¡Me gustaría...me gustaría! Así no niña, Me gustaría es un condicional y significa que será o no será, ¡pídemelo de nuevo! De otra forma.
  • Es que no sé.
  • Sí sabes. Di lo que quieres, no lo que te gustaría querer. Vamos, empieza de nuevo.

Ella cerró los ojos y la boca para pensar pero no se le ocurría nada.

  • ¡Es que no sé! ...ayúdame pequeño saltamontes, por favor, y te prometo...que...que...si consigo andar...yo...yo...te regalaré mi casita de muñecas para que vivas en ella y te resguardes del frío en invierno...¿te parece?...
  • Bueno, bueno, vamos a ver niña – le decía el iracundo saltamontes mientras se pasaba la pipa de un lado al otro de la boca – dime ¿quieres bailar conmigo?...
  • Sí, sí, quiero.
  • Dime niña, ¿quieres correr conmigo por el jardín?...
  • Sí, sí.
  • Dime otra vez ¿quieres pasear por la arena de la playa?....
  • Sí, sí quiero – le contestaba la niña mientras aplaudía con sus pequeñas manitas -.
  • Pues ahora, dilo tú sola y después ¡HAZLO! - y desapareció.

Las campanas de la iglesia empezaron su toque de queda de Fin de Año din...don...din...y mientras las campanadas sometían mentalmente con su himno anual las ilusiones de los paisanos, la niña recomponía y lanzaba al vuelo sus quiméricas palabras.
  • Voy a andar esta noche y así conseguiré que mi papá, este año por fin, pasee conmigo por el jardín que a mi madre tanto le gustaba...

De pronto, los cohetes con sus brazos de colores y sus ojos de cristal iluminados, empezaron a silbar y explotar, entretanto en el salón aplausos y risas desconocían que la niña, con sus débiles brazos forzaba su frágil cuerpo hasta abandonar la silla.
El último cohete estalló en la madrugada con una cascada multicolor que iluminaba el cielo.
La niña cayó de un golpe, al suelo. Sus raquíticas piernas no pudieron soportar el peso de su fantasía.
Por la mañana, el ama de llaves la encontró tendida en el suelo.
El conjurador saltamontes, sentado en una pequeña butaca de la casita de muñecas, sonreía mientras se balanceaba, fumando su pipa.

  • Pero nena ¿cómo estás en el suelo?...- le amonestaba su padre, agachándose para recogerla.

La niña se desperezó y antes de que el padre pudiera ayudarla, se levantó como si nunca hubiese estado paralizada, giró su cabecita ante la sorprendida mirada de su padre y vio al saltamontes en su casita de muñecas, y éste, con un guiño de ojo, le dijo muy bajito: ¡Feliz Año Nuevo, niña!...te lo mereces.

Y ella, por fin, sonrió.

..."Y ESA MAGIA DE SEGUIR SOÑANDO CON LAS ESTRELLAS ES LA QUE NOS MANTENDRÁ DESPIERTOS"...


domingo, 19 de diciembre de 2010

LECTURA DE RELATOS EN EL CIRCULO DE ARTISTAS DE RONDA







El Colectivo Cultural "Giner de los Ríos" me invitó a participar en sus tertulias de Poesía el pasado 16 de Diciembre a las 8,30 de la tarde, en la sede del Círculo de Artistas de Ronda.




Este colectivo quiere incluir en un libro de relatos cortos, - que presentará el año que viene -, mi relato "Una pedida de mano muy peculiar" y por ello me invitaron a que lo leyera en público en sus tertulias de los Jueves.




El círculo de Artistas, se llenó, en una noche fría (6 grados de temperatura) para acompañar a los siguientes artistas invitados:
Mª José Carrasco, poeta de Málaga, residente en Ronda y profesora, que nos leyó hermosos poemas de su primer poemario.


El Coro de la Sierra a las Marismas, de Ronda, que caldeó el ambiente con música navideña.


Y una servidora, que además de leer el relato que lleva por subtítulo "¿Quieres
casarte conmigo?", leí un relato corto titulado "Esperanza" cuyo tema es una denuncia a los malos tratos. Curiosamente, el primer relato es el que más visitas tiene desde que lo presenté en este blog.
(los dos relatos los podéis leer en entradas anteriores)



















Al final del acto, se obsequió a los asistentes con el Cuadernito de Poesía y Destilerías El Tajo, ofreció una copa de licores caseros rondeños.

domingo, 5 de diciembre de 2010

1 DE DICIEMBRE: DÍA MUNDIAL CONTRA EL SIDA.



Un relato corto como apoyo al Día Mundial Contra el Sida.


LAUREANO por Nurya R.



Aquella parecía una mañana distinta. La noche la pasé cubierta en sudor por extraños sueños que no recordé al despertar.
La radio del despertador sonó por tercera vez con música de salsa y yo que estaba rendida de tanto soñar, de tanto sudar, de tanto pensar...lo apagué una vez más, y seguí en la cama adormilada.
Una hora más tarde, la chica que trabaja en mi casa llamaba a la puerta con insistencia. Me levanté de un salto con el corazón encogido, no sé por qué, y casi pierdo el equilibrio.
La cabeza me estallaba. Me hice un café negro bien fuerte y fui, aparentemente, recuperando las fuerzas.
Salí a trabajar como de costumbre. Estoy de vacaciones en mi trabajo pero para poder llegar a fin de mes, colaboro en mis días libres con una compañía de seguros.
El día había amanecido tan cargado como mi cabeza. El calor era aplastante aunque de vez en cuando una pequeña brisa de levante reconfortaba.
Antes de llegar a la oficina me paré en la tienda de una asegurada de la compañía, intentando hacer algún contacto. La visita no fue muy interesante, yo tampoco estaba muy efusiva que digamos.
  • Con el tiempo, las amargas experiencias vividas las vas dejando en un hueco del corazón y echas la llave, esa llave que te acompaña siempre y no consigues nunca perderla. Un día, como el de hoy, quizás por un gran motivo, o por un pequeño incidente o por nada en especial, esa puerta que creía bien cerrada, se abre sola, así sin más, y te derrumba. No quieres pensar, no quieres recordar pero las imágenes se agolpan en tu mente sin poder evitarlo.
Volver a guardarlas de nuevo bajo llave cuesta demasiado.
Todo pasa, tranquila, se dice una cansada ya de tantas historias.
Para colmo ves en la tele o escuchas en la radio, ese mismo día, historias parecidas, o incluso esas vecinas de la que nunca echas cuenta, te hablan y te hablan de historias similares.-
Llegué por fin a la oficina e intenté animarme hablando con algún que otro cliente, pero está claro que en estos días grises las operaciones se te escapan de las manos e incluso una misma provoca que eso ocurra. Claro está, al otro día, cuando recapacitas y te das cuentas de las torpezas cometidas intentas remediarlo, al final doble trabajo.
Suelo terminar mi jornada sobre las dos de la tarde, sin embargo hoy decidí terminar antes. Hacía tiempo que no paseaba por el centro, por su calle larga siempre concurrida de gentes con caras relajadas y curiosas.
Empecé a caminar lentamente, el calor era aplastante y las piernas me pesaban.
Hace bastante tiempo que no recorro las tiendas, ni me compro ropa, la verdad que mi economía no da para ello, por eso prefiero evitar la tentación, pero hoy necesitaba relajarme así que entré a ver que encontraba. No encontré nada interesante o quizás es que yo no estaba en disposición de encontrarlo
Así iba llegando al final de la calle sumida en mis pensamientos mirando los escaparates.
No quería pensar. No quería recordar. Sólo quería dejar de ser yo por algunos instantes, para descansar un poco de mi misma...¿cómo podría conseguir tener vacaciones de mi misma para poderme echar así de menos..jajaja?- iba pensando por el camino.
De pronto, sentí una voz cerca que me hablaba muy bajito. Me di media vuelta, sobresaltada y lo vi.
Me ofrecía con una mirada vidriosa, con una mirada acuosa, con una delgadez patética y con una extraña belleza ya olvidada en los surcos de su cara, un bolígrafo para una recogida de firmas.
Observé que había una pequeña mesa en un lateral de la calle con revistas y varios jóvenes pidiendo firmas. En medio de mi pesadilla esos ojos me atrajeron, pedían cariño, pedían una mano amiga.
Seguí sus pasos casi sin darme cuenta mientras me susurraba cosas que no lograba entender.
Me vi, sin más, con el bolígrafo en la mano, escribiendo mi nombre mientras lo miraba fijamente.
  • Por favor, no me mires a mi, mira el papel en el que estás escribiendo – me dijo con una leve sonrisa amarga en su rostro.
Sonreí. Eché un vistazo a las revistas y los libros. Eran ex toxicómanos y enfermos de sida los que estaban en aquella mesa. Pedían firmas para poder recibir de la administración ayuda económica para poder seguir rehabilitando a jóvenes con el mismo problema.
El me fue explicando como se levantan muy temprano cada mañana para recorrer los pueblos, para pasar horas y horas hablando con los transeúntes y recoger firmas,
Le pregunté su nombre, Laureano me dijo que se llamaba y sin yo preguntarle nada más, me dijo:
  • estoy enfermo de sida, soy ex toxicómano y llevo 6 años rehabilitado.
Me explicó que se estaba medicando y aún así había veces que no podía trabajar en la mesa porque se encontraba mal, e incluso que algunas noches, al acostarse tenía fiebre de tanto esfuerzo realizado durante el día.
Su cabello castaño, brillaba bajo el insoportable sol del mediodía, fino como la seda. Su delgadez era enfermiza, normal, su ojos brillosos y tristes y los rasgos de su cara expresaban una belleza ajada por la mala vida.
Laureano era un joven amable, delicado en su manera de hablar. Me contó que estaba cansado de la vida pero que luchaba día a día por seguir viviendo. Que tenía dos hijos y que quería que por lo menos ellos pudieran mirarlo a los ojos sin sentir vergüenza. El sabía que había hecho mucho daño, me dijo: ¿qué mal nos portamos con las personas que queremos cuando estamos metido en la droga?¿y qué de cosas bonitas nos perdemos por culpa de ella?...
Asentí con la cabeza y él bajó la mirada, percibí pena y arrepentimiento en su gesto y yo me sentí mal por él.
Sonreí y le pregunté por la amistad que existía en el grupo cuando se están curando y con dureza en su rostro me dijo que sí, que tenía amigos entre ellos pero que sus verdaderos amigos, los que conocía desde niño, habían muerto todos. Solo quedaba él.
Puedes decir que eres un hombre con suerte – le dije – y su cara, entonces, se iluminó con un poco de alegría.
Sabes – me comentó – dentro de dos días es mi cumpleaños, cumplo 31 años y no dijo más, lo demás se quedó en puntos suspensivos...
Me preguntó mi nombre, se lo dije. Al despedirme le tendí mi mano para estrechar la suya. Hubo un instante en el que él no reaccionó, creí que no me iba a ofrecer la suya, pero lo hizo.
Nuestras manos se apretaron con firmeza. Para él no sé si tuvo algún significado o si le dio importancia a este gesto, pero con ello quise mostrarle mi solidaridad y mi aprecio a tantas personas que han caído en la droga, que han hecho sufrir a tanta gente porque sus vidas era un continuo sufrimiento. Quise en ese momento solidarizarme con todas las personas que como Laureano, aún estando enfermo, arañan cada día un poquito de vida a la vida y que no pueden permitirse el lujo de rendirse, porque están solos ante una enfermedad, que aunque mortalmente dolorosa en algunos casos, no lo sería tanto si esa soledad no la impusiera la sociedad en la que vivimos.
Ellos más que nadie necesitan un trozo de cariño, una mano amiga, una sonrisa, una mirada sincera y casi siempre sólo encuentran el miedo y el rechazo.
Todos cometemos fallos, ellos quizás cometieron el más grave, perjudicarse a si mismo sin ver las consecuencias, pero no por ello deben estar condenados a la soledad eterna, porque la condena, perpetua, ya la han aceptado.
Todo esto quería expresarle, decirle, animarle, aunque sólo fuera a través de un apretón de manos.
Me alejé lentamente. No me sentía bien. Un nudo en la garganta me impedía tragar y un zum-zum en mi cabeza me mareaba.
Me paré ante un escaparate de ropa y me sentí ridícula. Bajé la cabeza y caminé hacia el coche.
Al salir del aparcamiento, paré ante un semáforo y me percaté que en frente había una floristería que estaban cerrando. Sin pensarlo dos veces me bajé del coche dejándolo en doble fila.
Entré y pedí una flor y me di cuenta cuando fui a pagar que los últimos euros que llevaba en lo alto se los di al del estanco esa mañana, entonces no sé que hablé ni como convencí al dueño pero me dio un clavel y quedé en pagárselo al otro día.
Salí de la floristería y corrí a lo largo de la calle buscando la pequeña mesa, mientras pensaba que ya se habían ido.
Necesitaba encontrarlo de nuevo y saldar una pequeña deuda conmigo misma. Llegué casi sin aliento. Laureano hablaba con joven lo mismo que hace un rato me hablaba a mi.
¿Qué fortaleza? – pensé mientras lo esperaba- no sé si yo en su lugar tendría fuerzas para seguir luchando.
Un compañero se me acercó y le dije que quería hablar con Laureano.
Cuando terminó, miró al frente, me vio y su expresión no cambió para nada. Me saludó de nuevo con un simple ¡hola! Y yo le ofrecí la flor.
  • Feliz cumpleaños, me gustaría poder hacerte la vida un poco más agradable el día de hoy. Toma esta flor de mi parte – le dije con voz insegura.
Tendió su mano, cogió la flor y me dio las gracias mientras la olía. Repitió mi nombre varias veces pero yo ya me había ido.
No quise mirar atrás, un nudo en el estómago me producía una extraña sensación de vacío.
Me monté el coche, que por suerte no se lo había llevado la grúa, me puse en la radio mi música favorita, encendí un cigarrillo e inhalé su humo con calma.
Pensé en todos los Laureanos que por una u otra razón se cruzaron en mi camino y no pude hacer nada por ellos. Deseé que algún día los milagros existiesen y la pócima del remedio llegara a sus manos.
El sol seguía calentando el asfalto con rabia, las gentes seguían sus caminos indolentes y por una vez yo. Después de mucho tiempo, me sentía tranquila conmigo misma.
- Esta historia va en recuerdo de todos los Laureanos de este mundo, de los que se fueron y de los que quedan.-

Si os gustan mis relatos, o no, o casi, espero vuestros comentarios. Me encanta que me escribáis.  

domingo, 22 de agosto de 2010

EL MAR DE MIS RECUERDOS : RELATO DE "LA DULCE MUÑECA" 1ª PARTE

Este relato pertenece al libro EL MAR DE MIS RECUERDOS que junto con otro relato y 28 poemas ha tenido, para mi sorpresa, muy buena acogida. Podéis leer los poemas en entradas antiguas o picando arriba del blog, en la nube de etiquetas, el título del libro.
Espero que os guste.

                       LA DULCE MUÑECA  

A veces la mente juega malas pasadas y nos hace sufrir aún más de lo que ya lo estábamos haciendo. Digo ésto, porque hace tiempo, visitando un albergue de esos que hay en las ciudades para los “sin techo”, conocí a una mujer menuda y joven, cuyo corazón rezumaba tanto sentimiento de culpa que su mente parecía no asimilarlo.
El comedor estaba repleto de indigentes en un día de invierno, tan frío como el alma de esta triste mujer.
Era mi primer trabajo bien pagado en la redacción de un periódico local y mi jefe, un gruñón sesentón y achacoso por el tabaco, me había mandado allí a investigar sobre las condiciones en las que se encontraba el local ya que se había recibido algunas denuncias por parte de los vecinos.
Recuerdo, entre sonidos de cucharas, platos, risas y gritos, como me fijé en ella. Mis ojos se cruzaron con los suyos por un momento pero su mirada estaba ausente.
Una mirada verde, clara, limpia y … vacía. No tendría ni 30 años y su pelo enmarañado era de un gris ceniza como los restos de una colilla.
Me extrañó ver a una persona tan joven en aquel sitio.
Me acerqué a ella, creo que no se dio cuenta porque ni se inmutó. El murmullo en el comedor era ensordecedor, el frío helaba el aliento y ella, aunque rodeada de gente, parecía sola en ésa inmensidad.
Me senté a su lado y me presenté.

- Hola, me llamo Ana y tú? – me miró sin verme y siguió comiendo.

Un viejo de barbas blancas y sucias como la nieve que había acumulada en la calle y ojos inyectados en alcohol, me dijo:

  • No insistas, nunca habla con nadie…está loca…no sabemos su nombre…aquí la llamamos “la dulce muñeca”…- me hablaba entre sorbo y sorbo de comida que se le quedaba en la comisura de la boca.

En ese momento hice intento de irme. Parece que reaccionó porque me sujetó la mano y me miró de nuevo. Esta vez si me vio.
Sus ojos verdes, sin pestañear, me hablaban sin palabras. Su mano caliente, a pesar del frío, se aferraba a la mía. Sus pupilas se movían mientras me observaban, como si estuvieran leyendo un libro en mi cara y tengo que reconocer que me asustó.
Me aparté de ella en un acto reflejo y me fui como huyendo de un fantasma. Durante el resto del día sólo pude pensar en “la dulce muñeca” y me arrepentí por haberla abandonado de esa manera.
Esa noche, en la cama antes de dormir, me di cuenta que al final no había realizado el trabajo que me mandó mi jefe y que no tendría más remedio que volver al otro día.
En verdad, necesitaba volver allí otra vez.
Quería verla de nuevo. Quería saber qué me quiso decir. Quería, en definitiva, conocerla.

La curiosidad pudo conmigo.

Estuve visitando el albergue durante un par de semanas hasta que desapareció. Llegaba con tiempo suficiente para poder hacer mi trabajo y después la esperaba que entrase por la puerta con ese halo especial que sólo tienen las mujeres que no pertenecen a estos ambientes.

Su ropa, aunque vieja, no estaba sucia. Su piel era limpia y clara, se notaba que en otro tiempo estuvo bien cuidada. Su cabeza, siempre agachada con la mirada fija en el suelo como escondiéndose de la gente, como si no quisiera que nadie la mirase, se imponía en una espalda erguida y un paso firme, reminiscencia de una vida completamente distinta a la que llevaba ahora.
Durante los días que pasé junto a la dulce muñeca, compartí pan, pucheros, frutas y alguna que otra sonrisa. Aprendí con ella que a veces los gestos valen más que mil palabras, que una mirada te puede contar más que un diario y que una sonrisa, a veces, alivia enfermedades que los fármacos no consiguen.
Esta mujer me cortaba el pan, me acariciaba el pelo y a veces me miraba de soslayo y sonreía. Yo, ajena a su dolor, le contaba historias del periódico, de mi vida y en definitiva le hice partícipe de mis penas y de mis alegrías.

No conseguí en esos días ni una frase coherente hasta el día en que desapareció. Observé cómo escribía en una carpetita llena de papeles que guardaba rápidamente cuando me sentaba a su lado......(seguirá)