Un relato corto como apoyo al Día Mundial Contra el Sida.
LAUREANO por Nurya R.
Aquella parecía una mañana distinta. La noche la pasé cubierta en sudor por extraños sueños que no recordé al despertar.
La radio del despertador sonó por tercera vez con música de salsa y yo que estaba rendida de tanto soñar, de tanto sudar, de tanto pensar...lo apagué una vez más, y seguí en la cama adormilada.
Una hora más tarde, la chica que trabaja en mi casa llamaba a la puerta con insistencia. Me levanté de un salto con el corazón encogido, no sé por qué, y casi pierdo el equilibrio.
La cabeza me estallaba. Me hice un café negro bien fuerte y fui, aparentemente, recuperando las fuerzas.
Salí a trabajar como de costumbre. Estoy de vacaciones en mi trabajo pero para poder llegar a fin de mes, colaboro en mis días libres con una compañía de seguros.
El día había amanecido tan cargado como mi cabeza. El calor era aplastante aunque de vez en cuando una pequeña brisa de levante reconfortaba.
Antes de llegar a la oficina me paré en la tienda de una asegurada de la compañía, intentando hacer algún contacto. La visita no fue muy interesante, yo tampoco estaba muy efusiva que digamos.
- Con el tiempo, las amargas experiencias vividas las vas dejando en un hueco del corazón y echas la llave, esa llave que te acompaña siempre y no consigues nunca perderla. Un día, como el de hoy, quizás por un gran motivo, o por un pequeño incidente o por nada en especial, esa puerta que creía bien cerrada, se abre sola, así sin más, y te derrumba. No quieres pensar, no quieres recordar pero las imágenes se agolpan en tu mente sin poder evitarlo.
Volver a guardarlas de nuevo bajo llave cuesta demasiado.
Todo pasa, tranquila, se dice una cansada ya de tantas historias.
Para colmo ves en la tele o escuchas en la radio, ese mismo día, historias parecidas, o incluso esas vecinas de la que nunca echas cuenta, te hablan y te hablan de historias similares.-
Llegué por fin a la oficina e intenté animarme hablando con algún que otro cliente, pero está claro que en estos días grises las operaciones se te escapan de las manos e incluso una misma provoca que eso ocurra. Claro está, al otro día, cuando recapacitas y te das cuentas de las torpezas cometidas intentas remediarlo, al final doble trabajo.
Suelo terminar mi jornada sobre las dos de la tarde, sin embargo hoy decidí terminar antes. Hacía tiempo que no paseaba por el centro, por su calle larga siempre concurrida de gentes con caras relajadas y curiosas.
Empecé a caminar lentamente, el calor era aplastante y las piernas me pesaban.
Hace bastante tiempo que no recorro las tiendas, ni me compro ropa, la verdad que mi economía no da para ello, por eso prefiero evitar la tentación, pero hoy necesitaba relajarme así que entré a ver que encontraba. No encontré nada interesante o quizás es que yo no estaba en disposición de encontrarlo
Así iba llegando al final de la calle sumida en mis pensamientos mirando los escaparates.
No quería pensar. No quería recordar. Sólo quería dejar de ser yo por algunos instantes, para descansar un poco de mi misma...¿cómo podría conseguir tener vacaciones de mi misma para poderme echar así de menos..jajaja?- iba pensando por el camino.
De pronto, sentí una voz cerca que me hablaba muy bajito. Me di media vuelta, sobresaltada y lo vi.
Me ofrecía con una mirada vidriosa, con una mirada acuosa, con una delgadez patética y con una extraña belleza ya olvidada en los surcos de su cara, un bolígrafo para una recogida de firmas.
Observé que había una pequeña mesa en un lateral de la calle con revistas y varios jóvenes pidiendo firmas. En medio de mi pesadilla esos ojos me atrajeron, pedían cariño, pedían una mano amiga.
Seguí sus pasos casi sin darme cuenta mientras me susurraba cosas que no lograba entender.
Me vi, sin más, con el bolígrafo en la mano, escribiendo mi nombre mientras lo miraba fijamente.
- Por favor, no me mires a mi, mira el papel en el que estás escribiendo – me dijo con una leve sonrisa amarga en su rostro.
Sonreí. Eché un vistazo a las revistas y los libros. Eran ex toxicómanos y enfermos de sida los que estaban en aquella mesa. Pedían firmas para poder recibir de la administración ayuda económica para poder seguir rehabilitando a jóvenes con el mismo problema.
El me fue explicando como se levantan muy temprano cada mañana para recorrer los pueblos, para pasar horas y horas hablando con los transeúntes y recoger firmas,
Le pregunté su nombre, Laureano me dijo que se llamaba y sin yo preguntarle nada más, me dijo:
- estoy enfermo de sida, soy ex toxicómano y llevo 6 años rehabilitado.
Me explicó que se estaba medicando y aún así había veces que no podía trabajar en la mesa porque se encontraba mal, e incluso que algunas noches, al acostarse tenía fiebre de tanto esfuerzo realizado durante el día.
Su cabello castaño, brillaba bajo el insoportable sol del mediodía, fino como la seda. Su delgadez era enfermiza, normal, su ojos brillosos y tristes y los rasgos de su cara expresaban una belleza ajada por la mala vida.
Laureano era un joven amable, delicado en su manera de hablar. Me contó que estaba cansado de la vida pero que luchaba día a día por seguir viviendo. Que tenía dos hijos y que quería que por lo menos ellos pudieran mirarlo a los ojos sin sentir vergüenza. El sabía que había hecho mucho daño, me dijo: ¿qué mal nos portamos con las personas que queremos cuando estamos metido en la droga?¿y qué de cosas bonitas nos perdemos por culpa de ella?...
Asentí con la cabeza y él bajó la mirada, percibí pena y arrepentimiento en su gesto y yo me sentí mal por él.
Sonreí y le pregunté por la amistad que existía en el grupo cuando se están curando y con dureza en su rostro me dijo que sí, que tenía amigos entre ellos pero que sus verdaderos amigos, los que conocía desde niño, habían muerto todos. Solo quedaba él.
Puedes decir que eres un hombre con suerte – le dije – y su cara, entonces, se iluminó con un poco de alegría.
Sabes – me comentó – dentro de dos días es mi cumpleaños, cumplo 31 años y no dijo más, lo demás se quedó en puntos suspensivos...
Me preguntó mi nombre, se lo dije. Al despedirme le tendí mi mano para estrechar la suya. Hubo un instante en el que él no reaccionó, creí que no me iba a ofrecer la suya, pero lo hizo.
Nuestras manos se apretaron con firmeza. Para él no sé si tuvo algún significado o si le dio importancia a este gesto, pero con ello quise mostrarle mi solidaridad y mi aprecio a tantas personas que han caído en la droga, que han hecho sufrir a tanta gente porque sus vidas era un continuo sufrimiento. Quise en ese momento solidarizarme con todas las personas que como Laureano, aún estando enfermo, arañan cada día un poquito de vida a la vida y que no pueden permitirse el lujo de rendirse, porque están solos ante una enfermedad, que aunque mortalmente dolorosa en algunos casos, no lo sería tanto si esa soledad no la impusiera la sociedad en la que vivimos.
Ellos más que nadie necesitan un trozo de cariño, una mano amiga, una sonrisa, una mirada sincera y casi siempre sólo encuentran el miedo y el rechazo.
Todos cometemos fallos, ellos quizás cometieron el más grave, perjudicarse a si mismo sin ver las consecuencias, pero no por ello deben estar condenados a la soledad eterna, porque la condena, perpetua, ya la han aceptado.
Todo esto quería expresarle, decirle, animarle, aunque sólo fuera a través de un apretón de manos.
Me alejé lentamente. No me sentía bien. Un nudo en la garganta me impedía tragar y un zum-zum en mi cabeza me mareaba.
Me paré ante un escaparate de ropa y me sentí ridícula. Bajé la cabeza y caminé hacia el coche.
Al salir del aparcamiento, paré ante un semáforo y me percaté que en frente había una floristería que estaban cerrando. Sin pensarlo dos veces me bajé del coche dejándolo en doble fila.
Entré y pedí una flor y me di cuenta cuando fui a pagar que los últimos euros que llevaba en lo alto se los di al del estanco esa mañana, entonces no sé que hablé ni como convencí al dueño pero me dio un clavel y quedé en pagárselo al otro día.
Salí de la floristería y corrí a lo largo de la calle buscando la pequeña mesa, mientras pensaba que ya se habían ido.
Necesitaba encontrarlo de nuevo y saldar una pequeña deuda conmigo misma. Llegué casi sin aliento. Laureano hablaba con joven lo mismo que hace un rato me hablaba a mi.
¿Qué fortaleza? – pensé mientras lo esperaba- no sé si yo en su lugar tendría fuerzas para seguir luchando.
Un compañero se me acercó y le dije que quería hablar con Laureano.
Cuando terminó, miró al frente, me vio y su expresión no cambió para nada. Me saludó de nuevo con un simple ¡hola! Y yo le ofrecí la flor.
- Feliz cumpleaños, me gustaría poder hacerte la vida un poco más agradable el día de hoy. Toma esta flor de mi parte – le dije con voz insegura.
Tendió su mano, cogió la flor y me dio las gracias mientras la olía. Repitió mi nombre varias veces pero yo ya me había ido.
No quise mirar atrás, un nudo en el estómago me producía una extraña sensación de vacío.
Me monté el coche, que por suerte no se lo había llevado la grúa, me puse en la radio mi música favorita, encendí un cigarrillo e inhalé su humo con calma.
Pensé en todos los Laureanos que por una u otra razón se cruzaron en mi camino y no pude hacer nada por ellos. Deseé que algún día los milagros existiesen y la pócima del remedio llegara a sus manos.
El sol seguía calentando el asfalto con rabia, las gentes seguían sus caminos indolentes y por una vez yo. Después de mucho tiempo, me sentía tranquila conmigo misma.
- Esta historia va en recuerdo de todos los Laureanos de este mundo, de los que se fueron y de los que quedan.-
Si os gustan mis relatos, o no, o casi, espero vuestros comentarios. Me encanta que me escribáis.