Estaba acostada, con los ojos medio cerrados por el cansancio. No podía conciliar el sueño, la cabeza me zumbaba y mis ideas vagaban sin un rumbo cierto.
Después de un rato – no sé cuanto tiempo habría transcurrido – mis pensamientos se fueron ordenando.
En la oscuridad del cuarto, inmóvil, mirando fijamente al frente, unas imágenes en color ocuparon parte de la habitación ante mis asombrados ojos, y sin embargo, todo lo demás seguía igual de oscuro.
Una extraña sensación me recorrió la espina dorsal hasta la nuca, erizándome la piel.
No sentía miedo, quizás…curiosidad…
“Los muebles habían cambiado en el tiempo, presentando ahora una imagen anticuada.
En un pequeño sofá verde, sentados, estaban una pareja de … ancianos – me sobresalté -.
Una chimenea de piedra con gruesos maderos que ardían tras unas oxidadas rejas de hierro, los iluminaba.
A cada lado, unos austeros muebles del siglo pasado, por lo menos, ocultaban una pared llena de humedad.
Aunque sentí un poco de angustia, la visión de la pareja me tranquilizó.
El viejo, abrigado con un batín marrón y una bufanda azul, dormitaba a cabezadas en el sofá. Su cara, de profundas arrugas y el escaso cabello blanco que le cubría las sienes, mostraba una paz en su semblante tan inmensa, que no pude por menos que reprimir una pequeña sonrisa de satisfacción en mis labios.
A su lado, ella, la vieja, con una toca de lana negra hasta la cintura le cubría los curvados hombros. Su cabello canoso, dejando entrever aún raíces de su primer color, y la piel más arrugada que la de él, expresaba con unos finos labios entrecerrados, una tensa seriedad en su rostro.
Entre sus brazos, oprimiéndolo con fuerza contra el pecho, escondía un libro de pastas rojas.
Sus ojos, empequeñecidos por la lectura, observaban absortos el crepitar de las llamas, e incluso creo que algo importante rondaba sus pensamientos.
Lo que fuera, ya era tarde para realizarlo, habían pasado demasiado tiempo juntos para poder terminar con todo ahora –pensé inexplicablemente -…”
Así, después de esta singular visión, me incorporé, tomé aire y descalza, recorrí la habitación como una autómata, olvidándome del cansancio que sentía y sin poder discernir en mi mente la realidad del sueño, escribí:
Lo había olvidado.
Estás aquí, a mi lado,
después de tantos años,
y yo…lo había olvidado.
Sí, había olvidado
la forma en que te conocí,
como hicimos por primera vez el amor,
como fue acabando todo entre nosotros.
Aún así, tú sigues aquí,
a mi lado, después de tantos años,
y yo…lo había olvidado.
Todo transcurrió deprisa,
casi no nos dimos cuenta
y el tiempo – que no perdona –
fue pasando, dejando una fea huella
de vejez en nuestros rostros.
Sí, había olvidado
qué era sentir el roce de una piel
con otra a media noche,
qué era sentirse vacía por unos minutos
durante un mal sueño
y despertar y ver
que además era cierto.
Lo había olvidado…
…sí…tu amor…mi amor…
lo había olvidado.